martes, 23 de octubre de 2007

La rosa y la letrina


“Quien tanto se asquea del estiércol es porque nunca le ha servido”
Sergio Espada

Las tres de la mañana en plenilunio, y el más espantoso grito que erizó la carne de los vecinos de Santa Luisa, “Finca Jocotales”, conocida como parte de la Zona 6, hoy legalmente Chinautla. Algunos pensaron que pudiera haber sido La Llorona y mejor se enterraron entre las sábanas para no ser ganados por el espanto, otros alarmados y valientes salieron a las calles a husmear de dónde provenía el grito, otros mejor se guardaron no arriesgando a ser confudidos o implicados pues eran tiempos silencio y toque de queda.

Corría la madrugada del 14 de febrero de 1956, eran tiempos de Castillo Armas, las calles de las colonias se encontraban totalmente vacías, muros perimetrales de adobe o cañas, y cercas de alambre con púas circulaban los lotes ya apartados pero sin levantar y los que estaban construidos, eran tan sólo de lepas, láminas y cartones que podían resguardar a sus habitantes del último frío después de la navidad.

Cerca de mi casa nadie más se enteró del grito, las parejas se acariciaban, los credos dormían tendidos en las iglesias, y un sin número de grillos acompasaban la madrugada de San Valentín con sus chirridos. La vida se confundía y arremetía feroz con el aliento de un lobo y un número finito de elmintos se gozaban de las carnes de un recién nacido.

Una madre que no sabía que pudiera ser un embarazo y pasar sin saber nada desde la concepción del bebé hasta esa fría noche de febrero fueron el detonante de una difícil situación que jamás olvidaron los vecinos.

Esa noche una madre adolescente sintió dolores agudos, calambres, escalofríos y salvajes contracciones en su pequeño vientre recientemente desarrollado, tal vez por su fisonomía ya tendría unos quince años pero no sabía que existía el embarazo, y al no quedar embarazada con un beso, paso a otras cosas para calmarse la comezón adolescente y entre tanta ignorancia de la época y poca educación otorgada, le dieron el consuelo de que la glotonería cubriría algún estado interesante y fué así su barriga parte de una larga indigestión. En ese entonces la dietas no existían solo para quien se enfermara severamente y no debiera comer cualquier cosa; el ser gordita era signo de prodigiosa economía y salud debido a ello pudo pasar desapercibida entre tanto hombre que se le acercó para ofrecerle matrimonio o bien un contacto más cercano nada más.

Ella vivía con los padres de su difunta madre, ya que era huérfana desde el nacimiento.
La casa era una cobachita de leña de pino techada de láminas y solamente cerrada con una puerta formada de un marco de madera con varias tablillas dispuestas en forma horizontal, forrada atrás con nylon azul y un palo grueso para atrancarla por el viento o los maleantes. Al fondo de la casucha un baño ciego hecho de madera y cemento con cuatro parales de pino con un techo hecho de un tonel cortado transversalmente y aplastado totalmente, producían con el viento sonidos de ultratumba como la queja de un ser en herrumbre pena.

Por fín sucumbió hasta el último dolor y lo único que deseó fue ir al baño a dejar sus deposiciones que tanto perturbaban su estómago inflado en menos de nueve meses.
Se sentó cansada de los dolores y rapidamente se levantó las enaguas y pensó que con pujar terminaría el martirio del estreñimiento y desocuparía su estómago inflado de forma tan extraña. Le bastó un último soplo de fuerza y un caudal caliente dejo deslizar un ligero cuerpo de regular tamaño lleno de sangre que cayó al vacío y un gritito de bebé se oyó ahogado entre las deposiciones, volteó a ver a todas partes y a tratar de ubicar de donde provenía, se percató al fin de unos instantes, que era de debajo del suelo en el fondo del baño ciego que provenía el chillido de un bebé.

La mujer desfallecida cayó en la locura y su grito horrorizado despertó a los pocos vecinos que circundaban el área, rápido unos hombres tocaron la puerta de su casa pero sus viejos abuelos le intentaron callar a golpes para evitar más escándalo. Luego de varios minutos, irrumpieron unos policías acompañados de vecinos y a patadas abrieron la puerta de la covacha dejándola desvencijada, rápidamente se percataron de oír un llanto imparable y sin mayor problema supieron que provenía del baño ciego que estaba muy cerca del cuartucho de cartón.

Tras haber roto las tablas de la orilla del pozo de la letrina, un policía nacional delgadito de unos cincuenta años que contenía su tos caprichosa con una bufanda, se internó dentro del hoyo oscuro con una lámpara en las manos, colgado de una soga atada a las piernas y cintura nada más, con la ayuda de los vecinos y los otros chontes que le habían acompañado, de en medio del las heces sacó a un niño varón que por poco agonizaba ahogado en esa inhóspita cloaca.

A Dios gracias ni un solo golpe, ni un solo rasguño, la porquería había amortiguado el golpe, sólo varios gusanos que se habían prendido fuertemente, pero fueron sacudidos con una ducha caliente con jabón de coche y un poco de creolina, tras esto fue la mujer conducida al hospital para aprender a cuidar mejor del neonato en vista que no aparentaba ella ningún problema mental, solamente ingnorancia.

Los familiares alegaron demencia de parte de la joven para evitar cargos mayores, pero pocos hoy sabemos que la ignorancia parte de la época y la situación fueron amigas y enemigas de una joven precoz que ni siquiera sabía que era el amor de un padre, mucho menos saber lo que era el verdadero amor de un amante.

El padre del bebé se desconoce, algunos dicen que fué el abuelo, otros que un albañil, mas yo creo que fué el policía que se internó entre la fétida tiniebla para salvar al pobre bebé de las bocas hambrientas de la gusanera implacable.

Cada catorce de febrero la hoy anciana y aún soltera, mantiene intacta la letrina en la que nació su bebé y en lugar de llorar prende una veladora y arroja una rosa blanca en la boca ciega del retrete en honor de su hijo que escapó de casa para volverse insurgente y de por quien fuera en vida el policía que salvó a su hijo del pozo ciego y maloliente pero que semanas después murió de una fuerte infección pulmonar por fumar tanto tabaco.

Sergio Antonio Espada Umaña.

5 comentarios:

klavaza dijo...

Tremendo, en realidad, es una narrativa de fuerte condimento pero también es una procelosa crítica a nuestra cultura de dos caras, machista e imbécil. Te felicito, sólo falta refinarle algunos detalles, insignificantes por demás está decirlo.

Sergio Q dijo...

Excelente relato. Ese salpimentado que sabés darle a gran parte de tu narrativa siempre termina por engancharnos (esos, los que te leemos).
Hacías mucha falta por estos corredores. Un gran abrazo compadre.

Pedroalejandro dijo...

Primero lo visual. La ilustración me recordó unos libros que de niño leia, de leyendas y otros espantos. Me recordó mucho eso. Me gustó la historia. Final muy cortado,pero inesperado. Los demas los leere... no cuando tenga tiempo, sino cuando el tiempo me tenga como compañero.

Sergio Espada Umaña dijo...

Te digo que Quémex que tus trabajos me han tocado y además tu enriquecedor comentario, gracias, me hace falta un poco de redacción según mi amiga la Lic. en Literatura Samara, lo cual agradezco y lo sé de antemano pero que bueno que tiene su saborcito la lectura.

A Pedrito con aprecio no por chiquito porque es alto. Mi intención en el blog es poner parte de mi experiencia artística y es por ello que me parece que ahora como fase inicial el no meterle muchos rollos que vayan a quitarle mérito a las ilustraciones y que bueno que te gustó podés imprimirla tiene buena resolución siempre que no borren la firma pues esta es la que vale también.

Raquel dijo...

HOLA SERGIO ANTONIO E. U., ME GUSTARIA CONTACTARTE, MISMAS RAICES, RAFAEL, RAQUEL, CELESTE. SALUDOS